Después de shajrit, mientras, parado en la acera de las imediaciones de la estación de autobúses de Málaga, me pensaba dónde tomar un café, escuché unos gritos que, al principio, me resultaron incomprensibles y ajenos. No pensé que iba conmigo el asunto. Luego, a unos treinta o cuarenta metros, distinguí a un magrebí con una riñonera de Louis Vuitton cruzada al pecho que me hacía aspavientos.
-¡PALESTINA HASTA LA MUERTE!
Era un hombre delgado de unos treinta años y estaba acompañado de otro.
Vaya, me dije, y, al mismo tiempo, eché a andar hacia ellos porque la cafetería estaba al otro lado de la calzada y el increpador se encontraban en el semáforo. En un primer momento, se sorprendió de mi osadía. Probablemente había pensado que me daría la vuelta en dirección contraria, ya que, al fin y al cabo, a él le amparaban las atrocidades cometidas durante las masacres del 7 de Octubre en el Festival por la Paz del Supernova Sukkot Gathering de Reim y los kibutz de Kfar Aza, Be´eri, Nir Oz, Netiv HaAsara, Ofakim y Sderot, le amaparaban la salvaje violación de mujeres delante de sus hijos y esposos, la hoguera de niños maniatados a quienes se prendía fuego ante los ojos de sus padres, el bebé al que se cocinó en un microondas, la embarazada a la que se le abrió el vientre, sacó al feto, apuñaló al feto y finalmente disparó a la madre, le amparaban a mi increpador esas barbaridades y otras cometidas y después negadas por la propaganda mediática. Le amparaba ser un vocero del salvajismo con la bula social otorgada por una civilización occidental demolida y pacata que hace tiempo que optó por olvidar a sus víctimas, despreciarlas y entregarse a los verdugos. A mi increpador le amparaban todos esos voceros insígnes de prensa y TV que empiezan sus diatribas antisemitas con la manida fórmula protocolaria del "vaya por delante que los actos perpetrados por Hamas son terribles, dicho lo cual..." Dicho lo cual, los justifican. A mi increpador le amparaba, por ejemplo, mi querido colega de letras, Juan Manuel de Prada, cuando escribía que "la situación oprobiosa de los palestinos es una ofensa a Dios". Se sentía muy amparado el increpador callejero, tanto, que mientras yo esperaba a que la luz del semáforo me permitiera cruzar para cambiar de acera y alejarme del sujeto, añadió a su proclama los diversos eslóganes acusatorios esgrimidos contra nuestro pueblo desde el miedevo.
-¡Asesino! ¡Terrorista, mata niños!
Y, mientra gritaba, parecía extrañarse de que el resto de testigos no le acompañase, lo cual le hubiera envalentonado lo suficiente para empezar un linchamiento; pero la gente estaba recién despertándose con el café y solo miraba como quien ve el telediario.
Yo soy de la calle, solo la calle logró educarme y lo hizo a su manera, así que cuando hay movida estoy tranquilo. Cuando por fin se puso verde el semáforo, mi increpador redobló la potencia de sus gritos y, en un momento dado, su odio me tocó el alma y me volví, dispuesto a desandar mis pasos y revivir mis tiempos en el ring de los gimnasios cutres de Tetuán y Vallecas, pero algo me detuvo. Si le hacía comer asfalto, el público occidental vería a un judío "de los malos", uno de esos talmudistas askenazís que controlan el mundo y quieren exterminar a la Humanidad, apaleando a un pobre moro.
Al fin y al cabo, el espectro en el que se desarrollan nuestras acciones de defensa a ojos de la civilización occidental sigue siendo el mismo de siempre: victimismo o asesinato. Si nos limitamos a contar lo que nos pasa una buena mañana de Enero por el mero hecho de ser judío, somos unos victimistas; si le llego a romper los dientes a mi increpador sería un asesino sin escrúpulos haciendo la guerra sin atenerme la legalidad internacional. Me volví a él, le sonreí, sonreí a mi increpador magrebí de treinta y tantos, con su riñonera de Louis Vuitton cruzada al pecho, sonreí a la Belarra con su pañuelo palestino de lujo y sentadita en una limousine, sonreí a Pedro Sánchez, a Yolanda Diáz, a los cientos de miles de manifestantes pro-palestinos que salieron de la correa de sus amos hipnóticos y a los acosadores universitarios, sonreí a los huevos de las serpiente, a las crías, a la serpiente, les sonreí a todos, hice el gesto surfer de buen rollo, levanté la mano derecha, cerré el puño y le dije a mi increpador la gran verdad que perdura desde el principio, hasta ahora y por siempre: ¡am Israel jai!
Después seguí por mi camino, entré en la cafetería y pedí mi café.
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