Antes de que se agitara a las masas contra lo judío, así en general, lo judío , ya existía en España, a poco que rascaras, un antisemitismo endémico, no solo entre la izquierda de proclamas y chalets de lujo, pañuelos de seda y limusines, sino también entre cierta burguesía acomodada con ínfulas de nobleza y sueños onomásticos, a la que bastaba que su hija se comprometiera con un judío tradicionalista para que aflorase esa costumbre de ridiculizar a lo distinto, sin importarles que para ello se jugara al humor negro sobre seis millones de víctimas durante el holocausto o hubiera que ensalzar, si hacía gracia la ocurrencia, a Hitler. Para ellos, el único judío bueno es el judío asimilado que no guarda el sábado, come jamón y a duras penas sabría recitar el Shemá. Lo viví en primera persona mientras yo mismo comenzaba los estudios que, años más tarde, desembocaron en mi conversión a la religión judía.
Cuando llegó este momento, volcaron sobre mi su ansia destructora, voraz, ya sin tapujos, habida cuenta de que me consideraron, erróneamente y por desgracia para ellos, una víctima fácil. Mi propio padre, con aires de doctor universitario dictando cátedra, me dijo que educaría a su nieta en el judaísmo por encima de su cadáver; por nieta, léase mi hija de éste que escribe y entiéndase el desprecio a mi partenidad.
He contado esta anécdota, y créanme que se queda en mera anécdota en medio de los sucesos desafortunados y tristísimos que desencadenó su firme decisión en lograrlo, en un libro titulado LIMBA PIEDRA. Desde luego, en la vorágine antisemita que vivimos, está siendo casi inmposible publicarlo. No sólo por contar verdades fáciles de contrastar con un catecismo y el texto original en la mesa, sino porque a las bienpensantes consciencias acomodadas les asusta escuchar, leer, que gente de, por así decir y solo para entendernos, prestigio social, pueda comportarse como aunténticos fanáticos llenos de un odio incomprensible nacido de no se sabe dónde ni porqué.
España sigue siendo timorata y cobarde, desde Zapatero, prefiere las medias tintas, el disimulo, el bien quedar y los aplausos fáciles, es decir, prefiere, a fin de cuentas, que los terroristas hagan coalación con el Gobierno en vez de funerales; y desde ahí, desde la cabeza del Estado, esta actitud condescendiente para con el mal, ese vivir de tapadillo, se extiende al cuerpo social, a industrias y a familias en apariencia alejadas de los supuestos nacional-socialistas, empoderando a la mentira, a la difamación, a la blandenguería, a los disfraces y, sí, en última instancia, promoviendo, casi promulgando diría yo, la fobia visceral a lo judío.
Solo hay una razón para ello, solo una. Nuestro pueblo, y lo digo con la ley mosaica en la mano, nuestro pueblo del cual formo parte no consiente la falsedad, cuida de sus ciudadanos sin importarles la raza, el credo o la piel, y no permite que aquellos que nos masacraron terminen asociados a un esbirro sin escrúpulos capaz de cualquier cosa con tal de ser Presidente, diré: reyezuelo.
Así que me literatura se encuentra en stand-by; sencillamente, no hay redaños.
Por fortuna, aún quedan quienes me paran por la calle para decirme que apoyan a Israel, que rezan por nuestra victoria y que se averguenzan de Sánchez. Cada vez que lo hacen, se me pone la piel de gallina, porque son personas sinceras que hablan de corazón, y yo me siento reconfortado del daño que mi propia familia me causa por el hecho de ser judío.
Más pronto que tarde, esta ola antisemita promovida desde las instituciones supra gobernamentales de sumisión a los estados, tendrá su fin. Y los mismos que hoy cierran con sobresalto LIMBA PIEDRA, aunque les guste, como me ha dicho alguno, los mismos editores que dejan de hablarme por decir verdades como puños de grandes, llamarán a preguntar por la novela. Tal vez, incluso, cuando Israel venza desde el río hasta el mar, mi familia se avergüence y disculpe. Solo hay que terminar el trabajo.
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