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DE TORRES MÁS ALTAS, GUINDOS Y CERDOS.

  • Foto del escritor: Jaim Royo
    Jaim Royo
  • 4 jun
  • 2 Min. de lectura




Excelencia Magnífica, Señor Presidente de todas las Guindaleras y Altas Torres, le escribí el día 6 de Mayo que los fantasmas, ¡ay!, los reflejos, los fractales que proyecta nuestra propia mente creadora, se llaman en realidad Causa-Efecto. Le deseé buena suerte, advirtiéndole de que tal vez nunca encontrase al Destructor que acecha en lo oscuro, pero que quizás, al menos, alguien escribiera su tragedia. Vende más una buena tragedia que esos pasteles edulcorados que tituló usted "Tierra Firme" o "Manual de Resistencia". Ni lo uno, ni lo otro. Torres más altas han caído. Somos nosotros los causentes de nuestra propia desgracia. Usted no cree, es ateo, y, sin embargo, resulta más sencillo el asunto: un espejo. Uno más prístino que aquel en el que usted se ensoberbece de sí mismo, un espejo que desvela la verdad, en su caso, la desnudez de una política amoral y dominatrix.

Le advertía el 6 de mayo que estaba usted en un laberinto. Y ahí sigue, las palmas hacia adelante, tanteando muros, mascullando sospechas e inventando soluciones psicóticas que, a ojos del populacho, nosotros, sus súbditos forenses, su comité psiquiátrico, la gente, nos muestran un terror shakesperiano, a lo Macbeth. Otra vez, es más sencillo y no hace falta irse tan lejos, dice el refrán castellano que a cada cerdo le llega su Martín. Uno engorda para morir y su engreímiento le llevó demasiado lejos en estatura y peso. Escribía el 6 de Mayo que, al menos, un alguien, un otro, escribiría su tragedia. Y ese Otro son las páginas de los días, que no engañan, y leen a su suerte venirse abajo como los reglones de un página hacia el margen final, por más que usted se desespere en negarlo. Los enfermos de este tipo, acaban realizando un acto llamativo y atroz para sí mismos que obligan a una reclusión forzosa por resultar demasiados peligrosos para la sociedad. No lo haga, no intente desviar la atención ejecutando un plan salvaje. Haría bien en apartarse, descansar, dormir y dar largos paseos al aire de la montaña y el mar. Haría bien en reconocer que perder es de humanos, y, además, la cura que usted necesita. Pierda en paz, aléjese del mundanal ruído antes de que su estado le haga cometer un barbaridad que también sería expuesta, escrita y comentada en el mundo, en el mundo entero, me refiero.

Está en su mano no pasar a la Historia como ejemplo de abyección y ser, solo, un hombre más como nosotros. Permítase la derrota.







 
 
 

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