Jaim Royo

1 de jun de 20222 min.

Ya me acuerdo

Actualizado: 10 de jun de 2022

Hace tiempo que dejé de escribir; aunque ustedes siguen pensando que sí, que yo escribo. Y mira que me empeño en explicarles que no, que esto es un business.

El business number one, el único.

Ustedes creen que pueden seguir mi rastro a través de las letras que aparecen.

Les divierte o les entristece o les irrita, según cada cual. Los irritados son los que más vuelven.

Google Analitics dice que tengo un mejor desempeño que el 90% de los sitios de mi categoría.

También dice que la cifra de lectores que vuelven es un 74% mejor que la competencia.

Pero yo no escribo, no estoy, no juego. Yo, se ha ido. Es más interesante ser un renglón con los pantalones del traje metidos en los calcetines y una bolsa de palmera cruzada por debajo de la americana. Una frase sin nada que decir por Malasaña; una palabra vacía para que quepa lo que sea; una letra que pasa por la plaza y se las lleva de calle: a las mujeres detrás de gafas estilo años 50, a los barman con barriga que te calan sin hablar contigo, a la curiosa, al chico fashion que anota tu look raro. Y que de ahí se lo monten ellos, que lo escriban en lo incógnito muy suyo del momento. Como la vida misma, ¿no? Excepto la de aquel que se descubre y en adelante prefiere ver qué pasa: formar parte del Libro y no escribirlo. Eso es, uno deja de escribir por los reflejos en el retrovisor, uno deja de escribir para no matarse en la carretera. Quería llegar lejos, donde nadie me conociera y me buscasen: ¿quién es ése?

Sí, dejé de escribir en Sinaí y ahora reparto dividendos: una de cal, otra de arena.

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