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Apaga y vámonos.

  • Foto del escritor: Jaim Royo
    Jaim Royo
  • 6 may
  • 2 Min. de lectura

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En Diciembre de 2020, favorecido por los vientos mentales de Biden, nuestro Presidente Excelentísimo, hacía gala de un ensayado repertorio de gesticulaciones chamánicas para reírse de quienes opinaban distinto respecto a la muy oficial y unísona versión de la pandemia. ¡Tan bien lo había ensayado frente al espejo que casí podíamos ver el humo verdoso de las hechicerías que impostaba para reírse de quienes planteaban dudas razonables! Dijo que estos sufrían la paranoia de vivir en, textualmente, "una dictadura judeo-masónica, república comunista bolivariana, con un virus chino que nos van a meter y que con el 5G nos van a controlar"... Hoy suena bastante sensato, hasta plausible, Señor Don Excelentísmo de todas las Vuecencias, pero lo gracioso es verle a usted convertido y encarnado en los miedos conspiranoicos con los que jugaba a reírse del otro, del distinto, de quien no opina igual. Ya le pasó a Calígula, a Iván El Terrible, al Rey Erico de Suecia, a Stalin o a Gadafi, todos magníficos, como usted, Señor Presidente de Eternas Excelencias Loables e Ilustrísimas. Todos eran conspiranoicos convencidos de que en su entorno convivía un enemigo indescrifable, oculto y saboteador que le quería derrocar y, en última instancia, matar; lo cual les llevaba, desde luego, a tomar las oportunas coherentes medidas de, sí, Señoría, precisamente control, censura, marginación, exclusión, encarcelamiento y crímen de cualquiera que tuviera la imprudencia de no decirles que sí a todo y elevarles a los sacrosantos pedestales desde los que usted mismo nos observa, Majestad Querida. Así que, no se preocupe, es lógico que tenga al CNI buscando rastros de boicot en las Eléctricas y a Su Ministro y lacayo a pie de vía cerciorándose de que alguien que sabía muy bien lo que hacía ha saboteado la red de infraestructura ferroviaria. Los fantasmas, ¡ay!, los reflejos, fractales que proyecta nuestra propia mente creadora, querido Presidente, de la que ni siquiera usted puede librarse. Se llama causa-efecto, y, en su caso, también laberinto. Buena suerte, Amado Mío, tal vez nunca encuentre al Destructor que acecha en lo oscuro; pero quizás, al menos, alguien escriba su tragedia.

 
 
 

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